Dos días habían pasado desde que la maquinaria empezó a levantar escombros. El derrumbe de la montaña había inhabilitado el paso, y la extensa fila de motorizados varados evitaban el retorno de la pareja vacacionista. El hombre que era muy espiritual disfrutaba al máximo aquella situación; caminó por el bosque, se bañó en el río, comió fruta fresca que vendían niños del lugar. La mujer la pasaba muy mal; mosquitos, calor sofocante, cefaleas, y recriminaba con severidad a su esposo a quien culpaba del desastre natural; “¡Todo es tu culpa!” le gritaba; “Tu siempre estas con eso de que la fe mueve montañas, pues ahí está, la puta montaña se movió, y ahora estamos en este horrible lugar”.
jueves, 28 de abril de 2022
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