XLI.
En memoria de René Núñez Mendizábal.
Al día siguiente del entierro, como es tradición para despachar el alma, los familiares escogieron las vestimentas del difunto y las embolsaron. Debían llevar la ropas al río para lavarlas e incinerarlas una vez secas. Como el fallecido fue en vida una persona ejemplar y tenía un gran sentido del humor, muchísimos pobladores de la comarca acompañaron a la familia. Después de caminar varios kilómetros al lugar donde nace la vertiente del río, el clima se descompuso, dejando caer sobre la gente una lluvia torrencial. El chubasco dejó a todos empapados y tiritando por el extremo frío altiplánico. Cuando amainó un poco, decidieron volver al poblado pensando que el clima no mejoraría. Los dolientes repartieron la ropa seca embolsada del difunto a los acompañantes. Se cambiaron rápidamente para no congelarse y empezaron el retorno. Al llegar al pueblo, el cielo pasó de un gris amenazante a un azul calmo e iluminado por el cálido sol. Acompañantes y dolientes sonrieron meneando la cabeza por la última broma del difunto.