LVI.
En colegio
había una muchacha de otro curso que me gustaba muchísimo, por ser distraído y tímido
jamás le pude hablar. Un día una de sus amigas me invitó a su fiesta de quince
años, con el compromiso de acompañar a su amiga, la niña que ama con locura y suerte
mía también le gustaba yo. Esa noche, bien lavado y planchado, fui a recoger a
mi pareja a su casa. Cuando llegué al callejón que me había indicado la
quinceañera no pude recordar detalles de la vivienda. Tomé coraje y entré a la
calleja; toqué puertas y timbres por casi una hora, pero nadie conocía a la
muchacha. Me fui a mi casa todo apenado y furioso conmigo mismo. Día lunes en el
colegio la quinceañera me regañó; por culpa mía su mejor amiga no participó de la
fiesta. Traté de explicar lo ocurrido con alguna pequeña esperanza de retomar
los "charles"; incrementó su ira diciendo haber repetido varias veces que era la
única casa grande frente al callejón y que jamás me lo perdonarían.