LXI.
Antes que
dijera alguna palabra, el chamán le cortó con un gesto de mano para demostrarle que no era un charlatán. Asombrada dividió
la baraja mientras él con los ojos cerrados repetía oraciones inteligibles. Acomodó
carta tras carta sobre la mesa frente a la silenciosa mujer: –Perdió un ser querido– dijo, mientras ella se acomodaba el velo negro de su cabeza, continuó ceremonioso –pero en las cartas sale que hay un hombre que está detrás
de usted–. Mi vecino, sonrió la señora avergonzada. El augur prosiguió; –veo que
hay una mujer que le tiene mucha envidia–. Seguro mi hermana pensó ella furiosa.
–Acá veo que va montar un gran negocio– dijo el hombre y así prosiguió adivinando
futuros y pasados, ante la mujer que lo observaba embelesada
por su certeza. Salió del cuartucho satisfecha porque recibiría una rebaja de la costosa limpia
espiritual, pese a que ella fue a consultar un adivino para indagar
quien había robado sus joyas.