LIV.
En Memoria de Edwin Villazón Nava
Nos colamos
a la boda de una pareja de sabayenos, de esos que votan la casa por la ventana.
Hicimos una colecta para un regalo, pero las monedas apenas alcanzaron para
comprar una almohada. El paquete era voluptuoso; pero muy ligero, por lo que
aumentamos un ladrillo recogido de la calle. Pasamos desapercibidos ante la
curiosidad de los novios que recibieron el presente y nuestros parabienes sin
hacer preguntas. Cuando estábamos alegres a media fiesta bailando con simpáticas señoritas, el
maestro de ceremonia paró la música y solicitó que los jóvenes que habían
regalado un ladrillo se aproximaran a la mesa de los novios. Descubiertos y con
mucha vergüenza tratamos de escabullir en medio de la gente, pero antes de
salir del salón fuimos atrapados por los de seguridad. Delante los novios nos
disculpamos y tratamos de explicar nuestra conducta, pero para sorpresa nuestra,
fueron ellos quienes nos agradecieron; pues en la tradición que tenían, aquel
regalo representaba el primer ladrillo de su nueva casa y su nueva vida, habíamos
llevado una bendición a su boda. Debo concluir que desde ese instante nos
trataron mejor que a los padrinos.