Los Pilas lo encontraron malherido después de la sangrienta batalla. Logró salvar la vida con los pasos de los días. Empezó a trabajar recolectando fruta en la estancia de un nefasto general paraguayo. Esperaba con ansia retornar a su pueblo amado. Cuando se a notició del cese de hostilidades, rogó a Dios para que pronto sea liberado. Y fue así; el general debía entregar al estado boliviano el cuerpo de 100 soldados que cayeron muertos en la última refriega, y tenía en su custodia solamente a 99.
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