NIÑO ROBADO

 XLII.

Don Asbel era un señor alegre y bonachón con quien me gustaba conversar. Al ser un gran amigo de mi abuelo siempre nos visitaba en casa. Mis hermanos menores temblaban de miedo al verlo, pues este tenía un rostro agreste y fiero, acentuado por el paso del tiempo. Un día le pregunté por aquellas marcas que oscurecían su tez, abrió los ojos extrañados y me contó que al nacer él había sido un bebe muy lindo. Salió varias veces en la televisión por su semblante angelical. En la iglesia le hicieron participar como Niño Jesús en los nacimientos, hasta las vecinas del barrio se fotografiaban con él para manejar la estampa en sus carteras. Colocó su mano sobre mi hombro y con pesar me dijo –Ahora soy feísimo pues, porque en una de esas fiestas, cuando era chiquitín alguien me ha robado–. Hizo una pausa ante mi sorpresa, se acercó a mi oído y como en secreto continuó –Estoy seguro que me han cambiado por un niño bien feo–. Se despidió sonriendo y se fue, mientras yo trataba de digerir aquella confesión.